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Aliados de tu hígado: los mariscos

Los mariscos ayudan al hígado

Últimamente han aumentado los artículos relacionados con las enfermedades del hígado. ¿Cómo podemos prevenirlas? Más allá de una alimentación saludable y librarnos de los malos hábitos, ¿qué otros factores debemos tener en cuenta? Mijaíl Ovcharov, ciudad de Sarátov

El hígado es un órgano vital con funciones esenciales. Filtra las toxinas de la sangre, ayuda a metabolizar, refuerza el sistema inmunitario y desempeña otras tareas muy importantes. No es de extrañar que sea importante saber cómo mantenerlo funcionando de forma óptima.

Los médicos, especialmente los nutricionistas, coinciden en que la base del cuidado del hígado es una dieta adecuada. Así, según detallan algunos de ellos, el jengibre no debería faltar en nuestra dieta debido a sus compuestos antiinflamatorios y antioxidantes. Estos elementos influyen positivamente en la salud del hígado: contribuyen a reducir el estrés oxidativo y la producción de sustancias proinflamatorias.

Tampoco se queda atrás el ajo: esta hortaliza contiene una buena cantidad de antioxidantes. Además, tiene fuertes propiedades antiinflamatorias. Su consumo regular favorece no solo la salud del hígado, sino que también ayuda a disminuir el riesgo de padecer cáncer. Los mariscos tampoco deberían faltar en la dieta. Son una fuente de nutrientes protectores para el hígado que contienen grasas antiinflamatorias y antioxidantes como el selenio y la vitamina E. Además, ayudan a reducir la grasa del hígado y a prevenir enfermedades como la enfermedad del hígado graso no alcohólico (EHGNA). Por supuesto, los mariscos nunca deben consumirse crudos o poco cocinados.

Por otro lado, los alimentos ricos en fibra deben estar presentes en una dieta equilibrada. Las frutas y verduras frescas, el pan integral, el arroz y los cereales integrales favorecen la salud del hígado.

La carne (el consumo de carne roja debe limitarse), los productos lácteos desnatados, los aceites vegetales, los frutos secos, las semillas y el pescado han de estar presentes en la dieta, pues son fuente de grasas saludables necesarias para el correcto funcionamiento del organismo.

Además de lo que comemos, la frecuencia con la que lo hacemos también es importante. Es preferible realizar varias comidas al día, pero en menor cantidad. Los ayunos prolongados o los atracones pueden resultar perjudiciales para la salud del hígado. Por el contrario, comer a horas regulares contribuye a mantener estables los niveles de glucosa en sangre y evita la acumulación de grasa. También es importante el método de cocción. Lo ideal es cocinar alimentos al vapor o asados: así se conservan mejor las vitaminas y los minerales que si se fríen de forma tradicional.

Además de una alimentación adecuada, como ocurre con la mayoría de enfermedades o disfunciones orgánicas, los médicos recomiendan realizar ejercicio físico de forma periódica. Según los especialistas, el ejercicio regular mejora el metabolismo y ayuda a disminuir la cantidad de grasa acumulada en el hígado. Cada cual debe encontrar la actividad que más le guste y que no le suponga una carga: bailar, nadar, jugar al tenis o simplemente caminar por el parque; lo importante es que sea habitual. Introducir el ejercicio físico en la rutina diaria es una manera sencilla pero muy eficaz de mejorar la función hepática y protegernos de múltiples enfermedades.

Cabe destacar que el azúcar, especialmente su consumo en grandes cantidades, es un enemigo para la salud del hígado. Por eso siempre debemos intentar consumir alimentos y bebidas que lo contengan en la menor medida posible. Un hígado sano es sinónimo de salud global y controlar la ingesta de azúcar es uno de los pasos clave para cuidarlo. Por supuesto, no es necesario renunciar del todo a nuestros platos favoritos, basta con controlar las raciones.

Además, no debemos olvidar que el agua es una gran aliada para ayudar a nuestro organismo a eliminar sustancias nocivas. Si el cuerpo no recibe suficiente líquido, el hígado empieza a trabajar en exceso y es frecuente que surjan problemas. Incluso una deshidratación leve puede perjudicar el funcionamiento de este órgano y aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades.

Mantener una buena hidratación no es tan complicado como parece. Una manera sencilla es llevar siempre encima una botella de agua, preferiblemente mineral. Así, aunque tengamos la agenda muy apretada, podemos ir bebiendo a lo largo del día. Estar pendientes de la ingesta de líquidos no solo protege la salud del hígado, sino la salud global del organismo. Y es que el agua ayuda a mejorar el metabolismo, a mantener la piel sana y favorece el correcto funcionamiento de todos los sistemas.

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